lunes, 13 de octubre de 2008

SOBERBIA

La soberbia se manifiesta en un continum de dos extremos.
Uno de ellos es una estima desmedida: sobrevaloración de la propia persona, creencias, opiniones, valores e ideas. (Sobre lo que es bello u ordinario, lo que es bueno o malo, lo que es valioso o vano, lo que es importante o no, lo que es y lo que no)
El otro es una estima apropiada de sí mismo que proviene de la ambición moral de vivir en plena consistencia con los valores racionales personales y exige la bella factura. (racionales quiere decir nacidos de la contemplación honesta de sí mismo y el desaprendizaje de lo inoculado, quiere decir que provienen de las auténticas necesidades de lo que soy en el silencio)

La estima desmedida se complace en cosas vacías y vanas. (Alimentar la vanidad no es nutrición, es adicción, siempre reaparece la misma gula, mientras que el espíritu languidece, la mente se encierra sin salida, el cuerpo se automatiza y la moral decide en base al hambre).
La estima apropiada se complace en el autoconocimiento, la aceptación y el respeto de todos los ámbitos constructivos de la persona, el corporal, el mental, el moral y el espiritual. (Somos responsables de nutrir los ámbitos de nuestra persona a través del juego, las relaciones personales, el arte, el trabajo, el apendizaje, los viajes, la risa, el baile, la oración, el ejercicio, la alimentación y una infinidad de acciones nutritivas. También somos responsables de escuchar nuestras necesidades y reconocernos necesitados siempre, inacabados, auténticamente esperanzados en recibir el pan de cada día a través de las acciones nutritivas que llevemos a cabo).
La estima desmedida acarrea la humillación del ser humano (que va perdiéndose y puede llegar a convertirse en la mera broma de sí mismo), mientras que la estima apropiada sustenta al ser humano en su propia honra (la del que vive construyendo su persona, reconociéndose a sí mismo).
La estima desmedida busca el protagonizar, el ser reconocido y la atención, devaluando el contexto. (Se pierde en ser personaje)
La estima apropiada encuentra en sus deseos más profundos la consonancia con los universos que habita. (El mundo es una metáfora, todo lo es, nada tiene un significado unívoco)
La estima desmedida no sabe quien es, pero escucha su nombre en todas las voces.
La estima apropiada escucha su propia voz y la sigue.

Nosotros fluctuamos entre estos extremos.
La estima desmedida es envanecimiento y olvido de Dios.
Yo hago, yo sé, yo digo, yo quiero...
Nuestro auténtico ser es el ser de Dios. En Dios no hay individuos ni hay anonimato, hay ambos sin ser la definición de lo contrario. En Él estoy yo y estás tú, estamos nosotros y están ell@s, pero todos siendo él.
Envanecerse es coquetear con el vacío, sentir sed de nada. Aún ahí somos en Dios, pero sin que podamos recordarnos en él.
¿Dios está en mí? La estima desmedida dice que sí.
La estima apropiada dice yo soy en Dios porque es una estima apropiada en doble sentido: es aceptar que el amarse es una expresión de su ser en Dios, no un acto en solitario, y; de este modo asumida, es más propiamente humana.
Lo que yo más íntimamente necesito es lo que más auténticamente soy.
La estima desmedida no lo recuerda, quiere igualar la inmensidad olvidada engordando su ego hasta hacerlo explotar... cada vez, dejando lo que queda después de la muerte de una estrella, vacío.
¿Qué quiere mi ser en Dios? Amarme: aceptarme, respetarme escuchándome, siendo honest@ conmigo, nutriéndome en cada ámbito de mi persona y honrarme en ello.

Lo que hace mucho ruido es porque va vacío...
Desde su soberbio reinado Lucifer es el más bello y grande, el más inteligente y sensible, el más valeroso y virtuoso. El mejor cantante, es el más sociable, el mejor político, el más veraz, insuperable vendedor, comerciante, trabajador, irreprochable padre de familia, el más adinerado, el que tiene mejor estilo, el más exquisito artista... Lucifer es venerado porque cayó.
Un ángel caído que reniega de las cenizas.
Pero, somos polvo de estrellas, de otros, de lo efímero. Nuestra gloria es silenciosa como el pensamiento creador de Dios. Todo es una metáfora del Verbo. La estima apropiada dialoga con el verbo, con su ser en Dios y confía en ser iluminado, en realizarse en él al discernir:
¿Cuál es el deseo profundo de mi corazón?
Cada respuesta más o menos auténtica -en la medida en que implica y nutre las dimensiones de la persona- es metáfora del Verbo, de mí realización en Él.

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